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AULA 57 PRÓLOGO
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AULA 57 PRÓLOGO
Las criaturas continuaban arañando las paredes de madera del
cobertizo, arrancando lascas de madera y pintura con las uñas.
Podían oír los gemidos de excitación de aquellos seres mientras seguían desgarrando la piel de sus dedos intentando alcanzarles; los chillidos agudos y estridentes de algunos de ellos, que en algún momento fueron niños que jugaban en los parques y cambiaban estampas con sus compañeros de clase.
Podían oír los gemidos de excitación de aquellos seres mientras seguían desgarrando la piel de sus dedos intentando alcanzarles; los chillidos agudos y estridentes de algunos de ellos, que en algún momento fueron niños que jugaban en los parques y cambiaban estampas con sus compañeros de clase.
No quedaba ningún rastro de humanidad en ellos.
Gabriel arropaba la cabeza de la chica entre sus brazos,
pegada a su pecho, intentando disfrutar de su olor, del tacto de su piel. La
separó de su cuerpo, le acarició suavemente el pelo mientras la miraba
fijamente. Pudo ver el horror reflejado en sus ojos, el temor en su rostro.
Volvió a abrazarla con fuerza, sin hablar.
Fuera, los seres seguían gritando, intentando alcanzarles
con sus huesudos y deformados dedos.
- Vamos, tienes que salir. - La voz de Gabriel sonó
entrecortada.
- No, no puedo irme, no puedo... - Unas lágrimas bañaron el
rostro de la chica, arrastrando el polvo y la suciedad que se acumulaba en su
piel.
- Sí puedes. Tienes que marcharte. Estas paredes no van a
aguantar mucho más. - La volvió a besar, como había hecho tantas veces.
Recordó el olor que solía desprender su piel, aquel perfume
que la acompañaba cada día cuando el mundo no era así. Casi pudo olerlo en su
imaginación, y aquello le hizo pensar durante unos segundos en la vida que
hubiesen tenido si todo esto nunca hubiese ocurrido. Apretó los dientes,
desahogando la rabia que le recorría.
Mordió su labio con suavidad y la retiró de nuevo.
Mordió su labio con suavidad y la retiró de nuevo.
- Sabes que te quiero.
- Lo sé. - Respondió ella con los ojos muy abiertos.
Un chasquido les sobresaltó; la madera vieja y raída de aquel
cobertizo estaba cediendo ante la fuerza de los seres, que golpeaban y arañaban
las paredes.
Volvió a mirarla fijamente a los ojos, intentando grabarlos
en su mente, perdiéndose en ellos.
- Tienes que marcharte. No hay otra solución.
- Sí la hay. - Apretó con fuerza sus manos, envolviéndolas
-. Sal de aquí conmigo. Podemos hacerlo.
- No podemos. Sabes que no es posible. - El rostro de
Gabriel se ensombreció -. Si dejo abierta la puerta del respiradero, entraran a
por nosotros, y no tendremos ninguna posibilidad si los más pequeños se meten a
perseguirnos por el agujero. Alguien tiene que distraerlos mientras que
recorres el túnel de ventilación y sales por el otro extremo.
Gabriel se arrodilló junto a una gruesa rejilla de
ventilación y la abrió. Aquella puerta solo podía cerrarse por fuera, por lo
que uno de ellos debía quedarse para atrancarla. De no hacerlo, los seres
pequeños, que antes fueron niños, les atraparían dentro con facilidad, y los
demás, perderían el interés en el cobertizo y les cazarían al llegar a la
salida del conducto, que se encontraba a unos cincuenta metros a ras del suelo.
Se arrodilló junto a él, le abrazó con fuerza. Gabriel le
devolvió el abrazo. Se besaron con rabia, sintiendo un profundo dolor.
La chica se introdujo por la rejilla, y con los ojos
cubiertos de lágrimas se deslizó por el conducto de ventilación. Gabriel la
observó hasta que su pequeño cuerpo desapareció, fundiéndose con la oscuridad del lugar.
Sabía que nunca volvería a verla.
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